Base, indicaciones y riesgos: Ejercicio
Objetivo
Desarrollar la musculatura
implicada en el funcionamiento de la columna vertebral (como
la musculatura de la espalda, los abdominales y los glúteos) y mejorar
su coordinación.
Fundamento teórico
Una musculatura potente, equilibrada y bien
coordinada mejora la estabilidad y el funcionamiento de la columna
vertebral, disminuye el riesgo de lesión del disco intervertebral
y mejora la movilidad. Además, mejora la coordinación inconsciente
de la musculatura, por lo que disminuye el riesgo de sobrecarga
o lesión de los músculos o ligamentos.
De hecho, está demostrado que en el riesgo
de que aparezcan o se repitan episodios de dolor de espalda, influye:
a) La forma física general.
Está demostrado que los sedentarios con una mala condición
física tienen mayor riesgo de padecer dolor de espalda que
quiénes realizan actividad física de manera regular,
aunque ésta sea tan genérica como andar o nadar y
no esté específicamente dirigida a fortalecer la musculatura
de la espalda.
b) El estado de la musculatura de la espalda.
El dolor es más frecuente y prolongado en quiénes tienen una musculatura
débil en la espalda y los abdominales. A la inversa, el ejercicio
físico específico, adaptado a las características personales,
también es eficaz para disminuir el riesgo de padecer dolores
de espalda.
Además de poder ser eficaz para disminuir
el riesgo de que aparezca, empeore o persista el dolor, el ejercicio
también puede ser útil como tratamiento.
a) En una primera fase de recuperación,
o incluso mientras hay dolor de espalda si éste lo permite,
puede estar indicada la prescripción de alguna actividad
física aeróbica suave para recuperar el tono muscular
y la coordinación de los distintos grupos musculares, especialmente
si el paciente ha tenido que hacer reposo previamente. Algunas de
las recomendaciones
basadas en la evidencia científica disponible aconsejan:
1. Comenzar con actividades como
andar o nadar para evitar el debilitamiento que conlleva la inactividad.
2. Incrementar progresivamente
la intensidad del ejercicio aeróbico. Habitualmente, dos
semanas después de la aparición del dolor ya se pueden hacer de
20 a 30 minutos diarios de ejercicio aeróbico suave. Aunque
este tipo de ejercicio puede incrementar transitoria y levemente
la intensidad del dolor, suele ser beneficioso a medio plazo si
el dolor es tolerable. Si no lo es, hay que modificar el ejercicio
o suspenderlo.
b) En una segunda fase puede iniciarse
un programa específico de ejercicio físico, individualizado
en función de las características de cada paciente.
Algunas de las recomendaciones
basadas en la evidencia científica disponible aconsejan que
no se hagan en la fase aguda de dolor, puesto que conllevan mayor
esfuerzo para la musculatura de la espalda.
También hay estudios que demuestran que:
a) La musculatura de la espalda se atrofia
con facilidad. Durante el episodio doloroso, el propio dolor puede
desencadenar su atrofia. Después, aunque el dolor desaparezca, la
atrofia puede permanecer y facilitar que reaparezcan nuevas
crisis.
- Algunos estudios han demostrado que tras un episodio
doloroso puede quedar una atrofia en el lado que ha dolido de hasta
el 80% en relación al lado sano.
- El reposo facilita y empeora la atrofia
b) La coordinación entre los distintos grupos musculares
es fundamental para el normal funcionamiento de la espalda.
- Así, por ejemplo, se ha demostrado un mecanismo
reflejo por el que el músculo transverso
abdominal se contrae unas milésimas de segundo antes de realizar
cualquier movimiento que haga variar el centro de gravedad, como
levantar un brazo o una pierna. La contracción de éste músculo actúa
como una faja, comprimiendo las vísceras contra la espalda y facilitando
la acción de contrapeso que tiene la contracción de la musculatura
de la espalda, destinada a mantener el equilibrio.
- Para que ese mecanismo funcione, no sólo es necesario
que la musculatura sea suficientemente potente, sino también que
los distintos grupos musculares coordinen bien su contracción en
el tiempo.
- Por un mecanismo neurológico, el dolor interfiere
en los reflejos que coordinan la contracción de esos distintos
grupos musculares. De hecho, se ha demostrado que en quiénes sufren
dolencias de la espalda, la contracción del transverso abdominal
no ocurre antes que la de los otros músculos, sino que aparece a
la vez o incluso después. Eso facilita que la musculatura de la
espalda trabaje inadecuadamente y se contracture.
- La falta de actividad física y el reposo en
cama también causan la pérdida de la coordinación entre los
distintos grupos musculares. Ese es uno de los mecanismos que puede
explicar que el hacer reposo facilite que el dolor dure más y reaparezca
más rápidamente.
- A la inversa, la actividad física y el entrenamiento
mejoran esa coordinación.
Qué ejercicios hacer:
Existen diferentes programas de ejercicio
físico para pacientes crónicos con dolor de espalda. En general,
algunos están dirigidos esencialmente a hacer trabajar los
abdominales y fomentan las posturas de flexión, y otros están
centrados en los músculos de la espalda y fomentan las posturas
en extensión. Aunque ambos pueden estar indicados en los
casos de más de 3 meses de evolución, algunas posturas en extensión
también pueden estar indicadas en algunos tipos concretos
de casos agudos, a criterio de algunas de las recomendaciones
basadas en la evidencia científica disponible.
Los estudios científicos realizados para
evaluar el efecto de un tipo u otro de programa de ejercicio demuestran
que ninguna pauta es útil para todos los pacientes. Los ejercicios
en flexión mejoran a algunos pacientes y empeoran a otros,
igual que los ejercicios en extensión: el ejercicio físico
es inútil, o incluso puede ser contraproducente, cuando se
prescriben los mismos ejercicios en todos los casos.
Es fundamental individualizar los ejercicios
y pautas de entrenamiento para cada paciente, en función
de factores como su estado muscular previo, las características
de su columna vertebral o la afección que padece.
Para determinar qué ejercicios se deben
prescribir es indispensable evaluar la salud general del paciente
y el estado de su musculatura. Hay dos maneras de hacerlo:
a) La exploración física
detallada, orientada a valorar la fuerza de los distintos grupos
musculares, su posible acortamiento o tensión y cómo influye
su activación en el dolor. El resultado de esa exploración
física permite definir los ejercicios que conviene prescribir
y los que hay que evitar en ese paciente concreto.
Aunque hayan sido bien prescritos,
los ejercicios pueden ser inútiles o contraproducentes si
no se realizan correctamente. Por eso, conviene que las primeras
veces el paciente los realice bajo supervisión. Una vez que
esté entrenado, el paciente puede hacer los ejercicios por
sí mismo, y acudir sólo periódicamente al fisioterapeuta
o entrenador, para comprobar que los sigue haciendo correctamente,
o al médico, para asegurar que siguen siendo los adecuados
para su caso.
b) Algunos autores defienden la
necesidad de usar tecnología sofisticada para evaluar la
fuerza y masa de distintos grupos musculares, con el fin de identificar
los músculos que hay que desarrollar y prescribir los ejercicios
necesarios a ese fin. Algunos autores defienden el uso de máquinas
computarizadas que permiten medir con precisión la fuerza
de cada grupo muscular. Otros, usan ecografía
en tiempo real, que permite al paciente visualizar la contracción
del músculo que deben trabajar, con el fin de asegurar que
su esfuerzo se dirige específicamente al músculo que
deben fortalecer.
El problema de este tipo de rehabilitación
es que es caro. Requiere tecnología sofisticada y mucho tiempo,
ya que cada paciente debe ir pasando individualmente por el aparato
y ocuparlo durante bastante tiempo. Por otra parte, no hay estudios
que demuestren la superioridad de este sistema en relación
al ejercicio específico prescrito en base a la exploración
física y realizado por un paciente convenientemente entrenado. Realmente, los estudios científicos han demostrado que cualquier ejercicio tiene más efecto que ninguno, y que mantenerlo en el tiempo es fundamental, por lo que merece la pena tener en cuenta las preferencias del paciente al prescribir un tipo de ejercicio u otro.
De hecho, los estudios que han evaluado la efectividad de diferentes medidas para aumentar la adhesión al ejercicio en las personas con dolor crónico, concluyen que, en general, cuál sea el tipo de ejercicio recomendado influye poco, por lo que debe seleccionarse qué tipo concreto se prescribe teniendo en cuenta las preferencias del paciente. Motivan más a iniciar y mantener el ejercicio los programas supervisados por un profesional, y más si son individualizados, así como incluir sesiones de seguimiento y supervisión e incorporar estrategias específicas de educación y programas de terapia cognitiva y conductual, como técnicas de refuerzo positivo o feedback.
Pruebas científicas de su eficacia
Las recomendaciones basadas en pruebas científicas consideran los resultados de estudios que reflejan la eficacia del ejercicio en los pacientes crónicos, especialmente para mejorar su dolor, movilidad y autonomía. Esas pruebas señalan que añadir ejercicio conlleva una mejoría adicional del dolor de aproximadamente un 20% con respecto al tratamiento habitual, o a un procedimiento placebo, a corto y largo plazo. Con respecto a la discapacidad, conlleva una mejoría adicional de aproximadamente el 23%, si bien el ejercicio debe prolongarse para que esa mejoría se mantenga; de lo contrario, su efecto sobre la discapacidad sólo se mantiene a corto plazo.
Las pruebas científicas demuestran que en el tratamiento del dolor lumbar crónico asociado a degeneración discal, el ejercicio programado obtiene resultados similares a la fijación quirúrgica de las vértebras lumbares (o “artrodesis lumbar”), a corto y a largo plazo, con unos riesgos obviamente mucho menores.
En los pacientes con claudicación neurógena (o dolor irradiado a las piernas al caminar, que remite al sentarse o flexionar la columna) causado por una estenosis espinal lumbar, el ejercicio supervisado ha demostrado ser más efectivo que realizar ejercicios sin supervisión.
Riesgos y contraindicaciones
Si existe inflamación y contractura,
es fácil que el ejercicio aumente esta última y agrave
el dolor. Por eso el ejercicio es inútil y no está
indicado en pacientes en plena crisis aguda de dolor. Para los pacientes
agudos, sólo algunas de las recomendaciones
basadas en la evidencia científica disponible aconsejan pautas
de ejercicio suave, seleccionando a los pacientes a los que prescribírselo
con unos criterios concretos.
El ejercicio mal prescrito o mal realizado
puede agravar los desequilibrios musculares que padezca el paciente.
Por eso no es eficaz la misma pauta de ejercicios para todos los
pacientes, y la que está indicada para algunos puede estar
contraindicada para otros.
No se deben hacer aquellos ejercicios que desencadenen
dolor o aumenten el que ya exista. El ejercicio con dolor es inútil
y puede ser contraproducente. Como excepción, en algunos
casos de dolor de espalda con dolor
irradiado -a brazo o pierna- puede ser aceptable que el ejercicio
aumente algo el dolor de espalda si mientras desaparece o mejora
el dolor
irradiado.
Indicaciones
El ejercicio físico está indicado
en las personas sanas, con el objetivo de disminuir el riesgo de
padecer dolores de espalda, y en los pacientes crónicos,
con el fin de mejorar su autonomía, acelerar su recuperación
y disminuir el riesgo de volver a padecer episodios dolorosos.
Las recomendaciones
basadas en la evidencia científica disponible sugieren comenzar
los ejercicios generales y los de fortalecimiento de la musculatura
como máximo a partir de las 6 semanas, aunque se aconseje
recomendarlo antes (a partir de las 2 semanas) en los casos en los
que se considere apropiado.
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